Hoy se olvida que hablar en público es una técnica de la que se puede adquirir la maestría. Como muestra, un breve aperitivo para cuando llegue la hora de ponerte en pie y silenciar a la audiencia.
Por más improvisado que parezca, ningún discurso lo es. No seas tú el primer pichón en pretenderlo.
Como ya enseñaba Quintiliano allá por el 60 d. C., la estructura básica de un discurso es: invención (pensamos lo que queremos decir, tanto los argumentos a favor como los opuestos para hallar contraargumentos); disposición (organizamos el orden en que lo vamos a decir); elocución (hallamos la forma en la que queremos decirlo); memoria (lo memorizamos) y acción (¡allá vamos!).
Aristóteles ya identificó tres líneas de argumento, tres recursos de persuasión: ethos, logos y pathos. El ethos es la forma en la que el orador establece su legitimidad para hablar y su relación con la audiencia. El logos es la forma en la que se trata de influir sobre la audiencia mediante la razón. El pathos consiste en generar emoción; es la forma en la que se trata de despertar ira, piedad, temor o entusiasmo. Cualquier buen discurso tiene que tener en cuenta las tres partes.
Un buen orador va interpretando el estado de ánimo de sus oyentes a medida que habla.
Lo tercero es lo más importante.
Puede ser de lo más persuasivo ya que despierta (además de a los aburridos) las emociones de los oyentes y –como se basa en supuestos comunes– también participa en el ethos.
El discurso tiene que tener ritmo.
Emplea toda la potencia y la energía de tu voz. Margaret Thatcher trabajó con logopedas para dar a su voz profundidad.
Pese a los palabros que las definen, lo cierto es que las usas a diario sin darte cuenta. Citando al gran Molière ¡puede que lleves hablando en prosa durante más de 40 años sin saberlo! En realidad, las figuras y los tropos son cosas muy claras aunque sus nombres suenen rarunos. Existe un recurso on-line realmente útil para identificarlos. Se trata del Bosque de la retórica (rhetoric.byu.edu) y en él se incluyen los nombres de las figuras en griego, latín e inglés.
En palabras de Picasso, "los buenos artistas copian, los artistas geniales, roban".
Aunque tengas la ayuda de un autocue o unas fichas, en el momento en el que parece que empiezas a ignorarlos es cuando conquistas a tus oyentes. Tienes que lograr que los elementos de tu discurso y las ideas que hay detrás arraiguen en tu mente de manera que cuando los digas salgan de manera espontánea y natural.
La gente, especialmente cuando está nerviosa, suele hablar demasiado deprisa. Una buena velocidad de crucero sería de 110 palabras por minuto. En cuanto a los gestos, NO a los brazos cruzados o las manos en los bolsillos, y SÍ a apoyar las manos levemente a los lados del atril (si lo hay y llega a la altura del pecho) o cruzarles levemente ante la cintura.
Tiene que dar la impresión de que estás hablando, no leyendo en voz alta.
Y el dominio del material es lo que la permite.
Se cuenta que Churchill lo hacía ante un espejo –con gestos y todo– hasta que dominaba cada discurso. Hitler también los practicaba ante un espejo y preparaba de forma casi obsesiva cada detalle de la coreografía, hasta probar la acústica del recinto.
Hazte con el escenario, la sala o el cajón de madera si tu destino es el Speakers' Corner de Hyde Park.
No serás ni el primero ni el último. Todos los grandes oradores de la historia sufrían ataques de nervios antes de sus discursos. Churchill se ponía tan nervioso que hasta sufría náuseas. Además consultó a especialistas para librarse de su tartamudez y sus ceceos. Y Cicerón superó su timidez tomando lecciones de teatro. ¿Una pista? Bebe agua para mitigar la sequedad de la boca y controla tu respiración. Hagas lo que hagas, no tomes pastillas que no suelas tomar. Los tranquilizantes o ansiolíticos pueden provocarte importantes trastornos si no estás habituado. Sé valiente.
Trabaja con lo que tienes y evita la afectación. Y, por favor, hagas lo que hagas, nunca te rías de tus propias bromas
Por más que te hayas venido arriba ante el atril, ningún discurso debe exceder los 30-45 minutos. Ninguno.
Como apunta José Antonio Toribio, director de Káleidom International Speakers Bureau, "la pulcritud en la indumentaria es clave, sin caer en la estridencia".
Supera el miedo a hablar en público y conviértete en un experto de la palabra. El éxito depende de tu capacidad para presentar, así que no pierdas esta oportunidad de perfeccionar tus habilidades y convence a tu público ya!